A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


sábado, 11 de noviembre de 2017

Aniversario de vuestro bisabuelo



Mis queridos nietos y nietas: ayer fue el 45 aniversario de la muerte del abuelo, mi padre. Quiero que sepáis algo más de él que las anécdotas que os cuento. Ya  sois mayores para entender y valorar. Vamos, pues.

Mi padre, vuestro bisabuelo. Siempre elegante, limpio, amable…
El mejor de los padres, el mejor de los bisabuelos.

Tras la hierba crecida en aquella cruel guerra, la vida de mi padre, vuestro bisabuelo, por completo, estuvo dedicada al trabajo como director de Banesto y a nuestra educación. Cientos de veces en mis escritos habré repetido el excelente maestro que era mi padre. Aunque solo ejerció un año, era maestro de carrera. Desde bien temprano y cuando todavía estábamos en la ca en aquella habitación larga que se comunicaba con la de ellos, nada más levantarse y mientras se afeitaba y aseaba, nos hacía repetir verbos, tablas, etc. Su afán por educarnos llegaba a extremos increíbles: antes de sentarnos a la mesa, nos revisaba las manos, las uñas, los peinados… Nos enseñaba composturas, trato con la gente, modales, respeto… Cada tarde, al terminar su trabajo en la oficina, nos sentaba en una gran mesa en el jardín y nos daba clase de todo. Después, volvía al trabajo de forma que me despertaba y dormía oyendo el “tecleteo” de la máquina de escribir.
¡Qué excelente padre y pedagogo fue! Se sacrificaba en todo para que nada nos faltara. Recuerdo, y se trata solo de un pequeñísimo detalle, cómo en años de terrible escasez en los que la gente se moría de hambre, administraba el poco pan que teníamos, repartiéndonoslo equitativamente la porción que nos correspondía. Siempre había alguno de mis hermanos que se lo escondía y decía: a mí no me has dado. Y a conciencia de que era una inocente mentirijilla, le daba el suyo. Jamás, nos negó algo que fuera provechoso para nuestra educación y aprendizaje. Se preocupaba de nosotros tanto que, dada la poca salud de mi madre, se levantaba en la noche, si estábamos enfermos como si no, para revisar que estuviéramos bien tapados, en los inviernos, para darnos agua, etc. Él nos llevaba al médico, él nos acompañaba a Casto, cuando nos teníamos que comprar zapatos, etc. Él fue un gran hombre, culto, inteligente, honrado, trabajador… Me inspiraba tal seguridad que estaba convencida de que nada me podría ocurrir, si él estaba cerca. Un día, al salir del colegio de las monjas, la gente a bandadas corría, miraba al cielo y exclamaba: ¡gases asfixiantes, gases! En el cielo, una especie de espesa y extraña nube de humo se extendía. ¡Qué pánico sentí! Corrí, que el corazón se me salía por la boca, hasta aproximarme a mi casa. En la puerta, mi padre y los empleados del Banco miraban también al cielo. Al verme correr, mi padre se adelantó y exclamó: ¡no tengas miedo! ¡Es un gran día el de hoy! ¡No son gases asfixiantes ni nada de eso; es un nuevo avión! ¡Un nuevo y gran invento para la humanidad! Siempre la cultura y la educación fueron sus grandes inquietudes. 
Nos sabía valorar a todos y cada uno de los siete hermanos. Uno de los últimos recuerdos que guardo de él, exponente del gran educador que era, aquel cuadro que se me ocurrió garabatear con cuatro pinturillas sobrantes de latas ¡Cuánto debe valer esto! –exclamaba extasiado delante de aquella mala e inocente pintura-. Veneraba a mi madre, si bien el amor era mutuo. Tenía un gran sentido del humor, Le gustaba especialmente la cacería. Durante su vida fue Hermano Mayor del Santísimo y era tal su esmero y responsabilidad en días como Jueves Santo, Corpus Cristi, etc. que nos implicaba a todos tanto en la limpieza y preparación de candelabros, manteles, etc. como en las velas al Santísimo que contaba con mis hermanos para el relevo de posibles faltas de en los turnos.
Tras años de muchas fatigas, privaciones, miedos en la guerra y posguerra trabajos, etc. murió en la madrugada de un diez de noviembre. Siempre tenía entre sus manos El Quijote, un diccionario, libros…. 
Y yo todavía me sorprendo que en este día luzca el sol, y la gente empeñada en sus rutinas, y la vida siga caminando sin un minuto de silencio para el villarrense diez, el maravilloso hombre y excelente padre que fue mi padre.

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