A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


martes, 1 de noviembre de 2016

Día de Todos los Santos para mis nietos

  
No tengáis miedo a la muerte; tampoco a la vida.
Cada una tiene  un misterio  que no conocemos, 
pero son  el principio y el final de nuestra existencia que debe quedar 
rotulada  por el amor.

 Mis queridos nietos y nietas: como bien sabéis, hoy es el Día de Todos los Santos y como sé que no estáis muy enterados del significado del día, os lo  digo en dos palabras.
La Iglesia Católica hace santos, como los  que están en los altares,  a personas que han destacado por su amor a Dios y al prójimo, personas que  han vivido con humildad, sencillez y dedicando su vida a hacer el bien, pero hay cientos  y cientos que han vivido  como santos y no están en los altares ni  son conocidos. Por eso, la iglesia a les dedica ese día.
¿Lo entendéis?  ¡Claro que sí! Ya sois todos unos chicos muy sabihondos.
Bueno,  os cuento algo
Al poco de fallecer el abuelo, una tarde, noche ya, me detuvo un atasco casi a las puertas del cementerio de San Rafael. En el cielo, rozando la copa de los cipreses, una inmensa luna llena. Emocionada ante aquel espectáculo que me provocaba un éxtasis de sentimientos, escribí lo que sigue. Es solo el repente de unos minutos de ausencia tal que llegó el desatasco y sin darme cuenta, ni oír la pitada de los que me seguían, escribía y escribía sin levantar la cabeza, hasta que alguien, golpeándome la ventanilla, me gritó: ¡señora, que no está en el wáter de su casa!
  
Y el escrito que, según el hombre, tendría que haber escrito en el wáter de mi casa.
FRENTE AL CEMENTERIO
Ocho de la tarde de un día muy frío. Atasco de coches, frente al cementerio de San Rafael.
Demasiada noche, demasiado frío, demasiados recuerdos…
Y yo, palpitaciones, miedos, escalofríos.
Una lápida, flores, besos, suspiros, oraciones...
Unas renovadas y eternas interrogante: ¿por qué él muerte? ¿por qué yo vida? ¿por qué música, palabras... lágrimas, yo?
¿por qué cipreses, mármoles, coronas… oscuridad, él?
De repente, la luna, ¡siempre la luna!, grande, redonda, llena
nacía coronando aquel mundo de tinieblas hacia el que mis ojos, desde el atasco, miraba en éxtasis de nostalgias infinitas.
Y en mi soledad, en mi camino negro, un surco de esperanza,
un rayo de luz que retornaba mi rostro al sol, dejando atrás tumbas… muerte.
Sí, reconocía la llamada del más allá en esta noche de luna de otoño llena que he visto coronar la cabeza de todos los muertos del mundo.
Pero era mentira: él, los muertos, no estaba allí; tan sólo la luna,
porque, como la brisa en el pétalo de la rosa, como el néctar en finos labios de la mariposa…él seguía latiendo fresco, vivo en el tallo de mi alma, orlando de lunas llenas mis entrañas.

Frente al cementerio de San Rafael. Fin de semana. En un atasco de coches, en noche de luna llena he comprendido algo: la muerte no se lo lleva todo, la muerte, más que le pese, no puede aniquilar el hechizo eterno del AMOR.