A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


viernes, 26 de junio de 2020

DÍA DE CAMPO

   
MIS NIETOS Y NIETAS TRABAJAN EN LABORES DE LIMPIEZA DE CAMPO



martes, 9 de junio de 2020

Carta a mi nieto Javier



Mi querido Javier: Como sueles decir y en la lectura de esta obra, la abuela se enrolla con todo lo que os preocupa, interesa, gusta o disgusta.
Hace un frío que pela. Son las seis de la mañana. Ya sé que tú duermes como un lirón, olvidado de tus precoces preocupaciones que se tornan preguntas y más preguntas.
Digo siempre, y es cierto, que mi Javier, tú mi precioso nieto de once años, andas por el mundo con una mano alzada o lo que es igual: pidiendo siempre la palabra, porque siempre tienes algo que decir, algo, que preguntar.
Esta tarde, cuando viniste a traerme unas torrijas que había hecho tu madre, te asomaste a mi terraza y de pronto exclamaste:
-¡Abuela! En el semáforo hay parado un coche de muertos.
-Sí, pasan todos los días. Van a la iglesia.
Te quedaste pensando unos minutos y después exclamaste:
-¿Y por qué no le dejan pasar como a los bomberos, a la policía…?
-Es vedad –te interrumpí-. Igual que tú pienso yo.
Acercándote a mí que tecleaba en el ordenador, me abordaste sin más:
-¿Y qué es la vida, abuela? Porque, para morirse, mejor no vivir.
-La vida –te contesté son muchas cosas: el aire, el sol, la lluvia, la alegría, papá y mamá, los hermanos, la gente, el cole.., pero la vida se gasta…
-Abuela –me interrumpiste-, ¿y por qué se gasta la vida? Con la vida no se borra, ni se saca punta, ni…
-¡Ja,ja,ja! ¡Qué lindo eres y cuánto te quiero! –exclamé-. Todas las cosas se gastan -traté de explicarte. ¿No ves cómo se gastan las pilas de tus juguetes? ¿No ves cómo se gasta la suela de tus zapatos? ¿No ves cómo se gastan los lápices y las gomas...?
-¡Ah…! –exclamaste no muy convencido-. Pero, ¿nos vamos al cielo sí o no? ¿Por qué los muertos están con los ojos cerrados? Yo, aunque esté muy gastado, quiero estar con los ojos abiertos siempre. Con los ojos cerrados o me duermo o me aburro.
-¡Bueno, bueno, que sabio eres! También yo me aburro si cierro los ojos y, aunque  ahora no lo entiendas, quiero decirte que es demasiada la gente que vive, gran parte de su existencia, con los ojos cerrados, evadiendo responsabilidades y compromisos. Dejan de ver la luz y poco a poco, pierden el maravilloso sentido de la vista; se transforman en topos. Tú, mi pequeño Javier, eres vida y tendrás que descubrir por ti mismo todos los misterios que entraña el vivir, pero no te olvides nunca de que fuiste niño.
-Eso es verdad, abuela, porque mi seño  no ve nada más que lo que le interesa. Me voy que es tarde.
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Las palabras de mi nieto no me caen en bolsillos rotos. Por eso quiero dedicarles a todos, esta carta.
Vísperas de Navidad. Nada mejor para relajar tensiones y ambientarnos en el auténtico y entrañable sentido de estas fiestas que las palabras textuales de un pequeño de once años que empieza a caer en la cuenta de que la  vida se gasta, la gente se muere… 
Hasta aquí parte de la  conversación con mi nieto Javier, pero hoy -años ya-, que ya empiezan a entender, quiero añadir algo que, como el arcaduz de una noria pequeñita, me da vueltas por el alma y me va regando con la más fresca y limpia de las aguas: la del amor.
La vida, mis querido nietos, de cada uno es como un río que con su propia corriente camina y crece hacia el mar. No obstante, quiero legaros mi reto de cada amanecer, las claras deducciones que en este imparable viaje se han ido escribiendo en la blanca pancarta de mis días. Puede que tan sólo sean  algo así como pequeñas olas que acaricien la reseca piel de  lo que serán vuestros  largos pasos, pero me vale la pena el esfuerzo, si logro alcanzar, al  inmenso océano que es vuestra presencia en el mundo.
La vida, mis preciosos nietos, es una página en blanco que se nos entrega  en el instante mismo de nuestro nacimiento.
Hasta el día que somos capaces de pensar y decidir, son los demás los que escriben en  ella, pero llega un momento, puede suceder, o que cojamos la pluma y  nos convirtamos en protagonistas, lo cual nos será, contradictoriamente fuente de gratificación y dolor, o dejados llevar por la comodidad, aceptemos la letras que los demás sigan imprimiéndonos al ritmo de nuestros pasos. Esta actitud, antes o después, nos exigirá estampar una firma de autenticidad que nos podremos ratificar con la consiguiente frustración.
Pero también la vida es un cúmulo  de conveniencias: yo te doy; tú me das. En la vida todo se puede vender, cambiar o comprar.
Pero la mayor tranquilidad de conciencia os vendrá dada por el riesgo corrido en servir, en regalar, en amar sin precio.
No importa que nuestro nombre quede fuera de esas inútiles urnas que sirven al poderoso para recontar y regodearse con la fidelidad de sus incondicionales satélites y otorgarles la recompensa que ansían: ser considerados, tenidos en cuenta…
Pero esas  urnas sólo son un cajón de mentiras; mejor no estar en ellas.
Finalmente os digo: la vida es un camino por recorrer. En él encontraréis de todo, pero jamás caigáis en la tentación de inmovilizaros  en punto alguno por blanco o negro que sea.
Continuad siempre hacia delante sin mirar para atrás porque una luz que se apaga no volverá  a lucir por mucho que nos duela. Podemos, eso sí, guiados por su rastro, colgar una nueva en el horizonte de nuestros pasos. Y no os perdáis lo sucesivo que siempre será sorprendente, y sobre todo no dejéis de marcar huellas que sirvan de guía a otros caminantes.
¡Adelante, mis niños! Sois personajes de excepción  de este provisional escenario que es la vida. Representad,  con la mayor perfección posible, vuestro papel, porque en ello encontraréis la recompensa. Nacimos con un proyecto debajo del brazo: colaborar a que este nuevo Día sea como un  luminoso  arco iris que, de extremo a extremo del universo, luzca fecundo para todos los seres humanos.
No hay tiempo que perder. Somos criaturas en cuyas miradas asoma el alba; somos corazón y vida por donde fluye el maravilloso ocaso de cada atardecer.
Somos himno que entona sueños, mientras tejemos el sutil relámpago que cruza el cielo y lo ilumina en blanca vorágine de altura.
Somos belleza y amor.
Somos, y ahí radica el milagro, solitario bosque de felicidad.
¡Ojala un día, pronto, ya, estéis listos para ir tomando el pulso a la vida y grabando en el tapiz  inmaculado de los momentos,  la sinfonía de vuestras  maduras realidades! Será, sin duda, la mejor herencia que os pueda  legar, con la que podréis arribar al mar, crecido y en paz.
Y el cuco de mi reloj me da de nuevo la hora. La una en punto. Apago el ordenador, me asomo a la terraza y, como cada noche, mi sencillo deseo que viene a ser mi mejor oración: Que haya paz y amor en el mundo y que todos los niños tengan felices sueños.

viernes, 5 de junio de 2020

JUGANDO CON LA LUNA


Para mis nietos y nietas en una noche de luna y cielos precioso