A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


domingo, 13 de enero de 2013

Mi chiquitina descubre las espinas



Te quiero, preciosa. ¡Mira qué bonita puesta de sol!

Mi querida chiquitina, Amalia: Hoy, después de comer, tu padre y tú me habéis recogido para subir al campo.

Cuando llegamos allí, ¡vaya sorpresa! Todo estaba florecido como en primavera. El naranjo, blanco de azahar, los rosales cuajados de rosas y hasta las lilas en hermosos ramilletes nos sorprendieron.

Tu padre, en urgente tarea, se puso manos a la obra que no era otra cosa que recoger muebles y ordenar un poco de cara a la llegada inmediata de los albañiles. Tú yo, de la mano, fuimos recorriendo los rosales. De pronto, te me escapaste y con decisión te lanzaste a coger rosas. ¡No, no, vida mía, ten cuidado que pinchan! -te grité, al tiempo que te apartaba las manos de una maraña de ramas. Pero ya era tarde; te habías clavado una espinilla que te quité con mucho cuidado, y tu preciosa carita se puso triste. ¡Las flores pinchan! - exclamaste entre sorprendida y asustada- No -te contesté -; las flores no pinchan. Las espinas son las pinchonas. Vamos a coger una rosa con cuidado.

Por más que lo intenté, te quedabas rezagada. Era como si la belleza de las flores, el placer de cogerlas, de olerlas, de tenerlas entre tus manitas, se hubiese eclipsado para siempre de tus ingenuos deseos. Por eso, con mucho cuidado, desgajé, ante tu expectación, un tallo de rosa y, una por una, le quité todas las espinas. ¿Ves..? -te dije- Ya no pincha. Cógela.

Y la cogiste, con algo de recelo, al principio, pero inmediatamente tu cara volvió a iluminarse para repetir: ¡Es verdad, ya no pinchan!

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¡Qué día más maravilloso, mi linda nieta Amalia!
No sólo he sido testigo del milagro de la naturaleza, que en pleno otoño ha resucitado rosas,sino que tú, mi chiquitina, tan linda, tan dulce... has hecho que a mi alma, reguero de lágrimas en este día del otoño que empieza también a ser mi vida, brille de nuevo una increíble primavera con la más bella rosa jamás por mí soñada: tú, mi niña preciosa, tus risas, tus palabras,
Sólo me queda un pesar que deseo mitigar con esta carta que te dedico. Y es que, por primera vez has descubierto que las rosas pueden tener espinas.
Sí, vida mía, pero no las desprecies por ello. Haz, como yo esta tarde: quítaselas con cuidado de no pincharte ni pinchen a los demás  y después disfruta de ellas, apriétalas entre tus manos, ámalas... A cambio recibirás lo mejor que tienen: su aroma y su color.
Un beso muy fuerte de esta abuela que llora de tanto como te quiere.

¡Ah! Y no olvides que por mucho frío que tengas, por mucho invierno que sea, siempre es posible tropezar , como nos ha sucedido hoy, con una primavera.