A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


jueves, 30 de abril de 2015

A mis nietos en el aniversario del abuelo



Cuando me vaya, allí, justo allí, volveré.
En el pozo, bajo el árbol,
Búscame, espérame...

Hola, preciosos: hoy hace veinticinco años que nos dejó el abuelo Mariano. Puede que os parezca mucho tiempo, y lo es, sobre todo para mí y también para vuestros padres. No obstante ellos os tienen a vosotros, al igual que, cuando yo perdí a mis padres, y tienen sus vidas llenas de trabajos y proyectos como es lógico, pero yo lo echo mucho de menos, a pesar del tiempo transcurrido y creo que cada vez más, porque debe ser muy  bonito, lo mejor, creo yo, ver juntos crecer a los hijos, ver nacer a los nietos y ver cómo la familia crece y se multiplica, pero también, sobre todo, el poder compartir con alguien que quieres y que te quiere, con alguien con quién un día decidiste que fuera tu compañero/a, compartir, os digo, el ir cumpliendo años, el ir quedando solos, el aceptar limitaciones, etc.
Pero la vida es así: uno se va siempre antes que el otro y el que se queda de la pareja, cuando hay amor, siente que el mundo se le derrumba, que se queda solo… Y no me digáis que  me queréis mucho, que vuestros padres, mis queridos hijos,  están siempre dispuestos a todo. Eso es verdad y tengo que dar gracias a Dios porque me siento privilegiada con vuestro cariño y el de mis tres hijos, vuestros maravillosos padres.
En fin, cuando el abuelo se fue, así me sentí yo, sola, sola, pero caí en la cuenta de que la vida es un teatro en el que cada uno cuando termina su papel, sale del escenario pero el siguiente, al que le toca actuar, no puede salirse, ya que de hacerlo  rompería la “función”.
¿Me entendéis, verdad? ¡Ea, pues, rápidamente, como decís vosotros, me puse las pilas y me dispuse a seguir  mi papel en el teatro, a seguir el camino con ilusión sin dejar por eso de recordarlo! 
Y así llevo veinticinco años, porque  fue bueno, sencillo, divertido y más que nada por lo mucho que me quería y se preocupaba de mí. También yo le correspondía como mejor sabía y podía.
Hoy quiero  que vosotros no olvidéis esta fecha que no vivisteis pero él sí que os soñó, y sí que, esté dónde esté, os mira, os ve y se siente orgulloso de unos nietos  tan extras como lo sois los ocho.
Bueno, ya está. Termino con un poemilla que le escribí, porque  cientos de veces os he contado cómo le gustaba  nuestra parcela, el campo... 

Ven, amor, a este silencio
de monte y viento.

Ven, aquí, junto al pozo,
bajo el árbol grande
que fue semilla en tus manos.

Ven, que yo, niña obediente,
te vengo a buscar,
porque tú, ¿lo recuerdas?,
mil veces, me lo ordenaste:

Cuando me vaya, allí, justo allí, volveré.
En el pozo, bajo el árbol,
Búscame, espérame...


lunes, 27 de abril de 2015

Un bonito relato para mis nietos/as


Lunes de abril de 2015
Queridos nietos y nietas: Hoy os voy a escribir un relato que es el recuerdo de un buen hombre que se fue para siempre. Le llamaban el Patillas.

                          Anoche, como sabéis, hubo una gran tormenta en Córdoba. Cuando pasó, salí a la terraza y todo me parecía mágico; los semáforos y los faros de los coches en el asfalto, mis macetas, el cielo...  
Y os hice esta mágica  fotografía como recuerdo de un bello día de domingo de abril

Alias Patillas, tan grande, tan abotagado, tan torpe de movimientos… Con una bolsa, sobra de alimentos de un bar, donde recogía papeles y ordenaba mesas, subía, cada atardecer, la rampa de la terraza, camino ya de su casa.  Con la vista puesta en un burdo bastón, se detenía en  un punto, me miraba, sonreía y agitando un brazo se despedía.        
Y yo, soledad y  pensamientos que me corrían  por el alma y me inundaban de nostalgia, pensamientos que me eclipsaban en un más allá, rueda de sueños infinitos, miraba al Patillas y notaba cómo una página más pasaba por el almanaque de mis días.
Una ardiente súplica me  brotaba en el alma: No te me vayas a morir, buen hombre, porque tú, con tus piernas viejas, con tus medios harapos bien lucidos en tu cuerpo grande, con tus patillas, corola de unos labios que sin palabras sonríen, eres lo único de cada atardecer, eres el mejor testigo de mi permanencia en la vida, eres mi referencia de vida.
Sí, pobre hombre, tú me recordabas mi nada que sonreía al unísono de tu despedida. Y yo,  en un instante de tremendo desconcierto, de trágicos contrastes, en un instante de no entender nada y, cuando la sombra de Alias Patillas se superponía en el árbol grande que nos separaba, un halo de paz, mezcla de reflexión y agradecimiento por aquel   adiós, me inundaba.

 Tras la vieja y negra boca de Alias Patilla, Dios también  me sonreía.
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Bueno, os debo, creo una explicación: hacía poco que había muerto el abuelo Mariano. No obstante, allí, sentada en la terraza de siempre, sola con mis recuerdos, me parecía estar esperando que regresara, como tantas veces, del campo.  Y me sentía muy triste, muy sola porque él no llegaría nunca más. Por eso, aquella mirada, aquella sonrisa de aquel pobre y disminuido hombre se me antojaba que era la mirada del abuelo, la sonrisa de Dios.
¿A qué es difícil para vosotros de entender esto?  Así es la abuela y no hay más.

domingo, 26 de abril de 2015

Carta reflexión a mis nietos y nietas


   Mis preciosos chiquitines, os quiero mucho, mucho

Esta mañana, en mi rutinario paseo por el jardín, como un halo que irrumpía sobrecogedor en el silencio de las horas, las campanas de San An­tonio comenzaron a doblar y,  he aquí que conocedora yo de tan singular len­guaje, busqué una vez más res­puesta al misterio de la muerte.
No obstante el evento mañanero, mi intención no es parodiaros lúgubres lances, sino rememorando precisa­mente esa solemne locución que en otro tiempo eran misivas incuestiona­bles, hablaros algo del maravilloso lenguaje de las campanas, porque la incomunicación y el silencio se han entronizado de manera innegable en nuestras vidas, acallando esta musical voz de otros tiempos,  pero, mis queri­dos niños, no siempre fue así. Hubo un tiempo en el que las campa­nas nos convocaban a compartir toda clase de acontecimientos: fiestas, duelos, desastres, actos religiosos... Recuerdo cuantas veces el “talam, ta­lam, tam..” de un campanín nos sacaba de nuestras casas para acompañar al Santísimo por las calles en urgencias de enfermos moribundos, y recuerdo los repiques gloriosos del Domingo de Resurrección, del día de la Patrona, de los días de Primeras Comuniones, bo­das, bautizos...
Con el Ángelus, mañana y tarde, el sonido de las campanas invitaban a la oración  y recogimiento. Era bonito contar con las campanas para casi todo: en las estaciones de tren, en los internados, en los conventos, en las escuelas...
Mis queridos nietos: hay  algo que a pesar del progreso, jamás morirá: el recuerdo de las cosas vividas con amor.
¡Ojalá vuestros oídos estén prestos a escuchar tantas voces como cada día se quieren  acallar  en el  cálido esce­nario de nuestro humano vivir!  Pero sobre todo  que os tornéis eco de  tan­tos sonidos como claman  piedad, jus­ticia, ternura, amor...
Ahora aquí, en esta reflexiva quietud, que es mi casa, al alcance de mis manos, una  ingenua campanita dorada. La miro, la cojo, la agito...  Me sirve para comprobar que su voz sigue viva en mí, porque un día fue to­rrente, huracán, amor que se asentó para siempre en mi alma. 

También a vosotros os miro, os sueño, os amo y vuestras risas y lágrimas son  maravillosas voces en el horizonte de mi  universo presente.

martes, 21 de abril de 2015

A mis nietos en el Día del Libro



Siempre, desde pequeñitos , os han gustado mucho los cuentos.

Mis queridos nietos y nietas: todos los días del año  deben ser  días del libro, pero, como sabéis,  hay una fecha especial en este mes para divulgar la lectura de forma muy especial y para celebrar la Feria del Libro.
No dejéis ni un día de leer, aunque sea  tan solo un pensamiento, pero ir formando vuestra biblioteca particular con aquellos libros que más os gusten. Sería estupendo que en cada uno de ellos  insertarais una ficha con la calificación que le ponéis, valores que habéis encontrado, tema, autor, alguna frase destacada, etc.
Bueno, el otro día, Ramón me decía: abuela  no me gusta mucho la historia de la mirla porque es de muerte.
Así que he escrito un cuentecito para que resulte  una historia más alegre y os la dedico para celebrar el Día del Libro, que es mañana.
EL SOBRE NEGRO
Aquel día, justo a mis pies, cayó muerta la mirla. Apuntaban los verdes por la primavera. Ellos, cazadores furtivos, le dispararon. En el nido, cuatros huevecillos verdes aguardaban calor y tiempo. Unas lágrimas brotaron de mis ojos, y mis manos reverentes, fueron caricia para aquel lúgubre evento que me palpitaba con rabia, ¡maldita sea!, por los puros entresijos del alma.
La sierra una eclosión de vida: jarales, romero, encinas... Y uno, dos, tres... una bandada de palomos surcaban los cielos en arrullos de amores que se entronizaban en el silencio de las horas, en la soledad del lugar.
Atardecía, cuando, tras depositar el diminuto cuerpo de la mirla y su nido bajo el madroñal, regresé a la ciudad. tráfico, gente, campanas...vida. En mi  bolsillo, un par de alas negras, mágico tesoro que, deseaba enarbolar para siempre como glorioso  himno a la libertad. Allí, al rescoldo de mis sueños, junto a mi almohada, un luminoso y lacrado sobre negro, como urna sagrada, atalayaba las alas de madre mirla. 
 Pasó algún tiempo. Una noche, cuando la luna llena inundaba de macilenta claridad  las paredes de mi dormitorio y,  cuando ya  el sueño había hecho presa en mis ojos, me despertó un extraño aleteo. Por mi ventana, la sombra de un pájaro que fulgurante alzaba sus alas al vuelo. Sí, era la mirla. El sobre negro, por unos instantes, permaneció junto a mi lecho. Después, un soplo de viento lo arrastró en un vaporoso  zigzag  por la ventana.

Todavía me pregunto si fue un sueño pero, cuando la luna llena me mira, a mi  corazón retornan las notas de aquel himno a la libertad: Aleluya