A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


martes, 22 de mayo de 2012

Haciendo memoria con mis nietos


Mis queridos nietos: Os dije un día que iba a contaros cómo vivíamos y cómo jugábamos y cómo éramos los niños que hoy somos ya abuelos y abuelas. ¿Recordáis cuánto os gusto la idea?

Bueno, casi que oigo a mi Isa repitiendo: ¡Bien, abuela! ¿Nos vas a contar la historia de la estampita? ¡Claro que sí, linda! Pero voy a empezar, por contaros qué eran las eras y lo bien que lo pasábamos en ellas.
Ya sabéis, porque os lo he repetido cientos de veces, que en aquellos años no había tele, ni móviles, ni ordenadores, ni casi juguetes. Así que lo teníamos que inventar todo, pero, ¡Ya veréis, ya veréis lo bien que lo pasábamos!

Las eras, y todo lo que conllevaban, resultaban un auténtico placer los veranos de larga posguerra, que vivíamos. Sí, después de una gran guerra que sufrimos en España y de la que ya vais conociendo algo por la historia.

Las eras eran espacios situados en las afueras de los pueblos y a dónde se llevaban los trigos después de segarlos para separar los granos de la paja de las espigas.
Así que allí había montones de paja, por un lado, montones de trigo, por otro, hombres con grandes sombreros de paja y con la piel muy curtida por las horas que pasaban al sol, y había apacibles sombrajos –una especie de cabañas-, botijos colgados, melones, mulillas trotonas, trillos, carros, polvo, ¡mucho polvo!

¿Qué qué eran los trillos? A ver cómo os lo explico. Venían a ser una especie de carrillo del que tiraban las mulas pero que tenía unas grandes ruedas que trituraban las espigas. Sobre ellas daban vueltas y más vueltas hasta que se quedaban listas para el siguiente paso que consistía separar la paja del trigo.


Esta imagen es de Internet, pero podéis ver el trillo y los niños  sentados en él.
Solo que en mi pueblo no era bueyes sino mulillas

A los niños y niñas nos encantaba ir a la era y pasearnos en el trillo. Recuerdo las delicias de aquellas tardes rabiosas de sol en las que mi padre me llevaba a la era de Cristoba.¿Sabéis de lo que me daba miedo? ¡Bueno, bueno si las hubierais visto! La chicharras panzonas. Eran amarillas, muy gordas y estaban entre los trigos, moviéndose de forma muy lenta. ¡UF, qué asco y qué miedo me daban!, pero aqeullos hombres nos obsequiaban con tajadas de melón o sandía y buenos tragos de agua fresquita

  Así, más o menos, eran las cigarras aquellas


Cristóbal, viejo, negro y de tierna sonrisa, repetía al verme: ¡Ea! ¡La niña, al trillo! ¡A dar unos paseos!

Y su mano dura, maciza... rozaba la mía que era más bien corazón galopante por la emoción de compartir el trillo con aquel hombre de brazos tatuados que sin apenas detenerse me aupaba, más bien de mala gana, en el embarazoso e incómodo trasero de aquel singular carruaje.

La voz enronquecida de Cristobal daba pronto el alto que finiquitaba mi paseo ilusionado en el galope de aquella mula trotona que nunca corría tanto como yo deseaba.

Y en el sombrajo siempre, algún un hombre dormido con la cara tapada con el sombrero y las manos cruzadas sobre el pecho

Y mi cuerpo era un regusto entre sudor y fuerte picazón, ecos de paja, polvo, sol y un no sé qué de precoz nostalgia del tiempo vivido en la era, en compañía de mi padre, unas veces y de mis amigas, otras,

Recuerdo un día que mi entrañable amiga Leo me propuso que durmiéramos en su era. No fue fácil que mi padre autorizara aquella aventura, que para mí era un sueño, pero al atardecer, sentadas en la parte trasera de un lento carro cargado de haces de trigo, llegamos a la era. Sí, hubo trillo, melón y agua fresca pero sobre todo merendilla que constituía el gran aliciente de nuestra estancia en la era.

¿Qué cómo dormimos? El capataz, que era el que mandaba, nos tendió una manta en un montón de paja y, ¡vaya nochecita que pasamos entre las cigarras panzonas, los murciélagos y los mil bichillos que se movían a nuestro alrededor!

Pero éramos muy felices y cada vez que me encuentro a leo, ya las dos abuelas, nos hartamos de reír recordando la felicidad y el miedo de aquella noche.

¿Qué os parece? ¿A que os gustaría subir en un trillo, dormir una noche en la era, ver las cigarras panzonas y vivir todo lo que os he contado? La vida nunca vuelve, pero cada día tiene lo suyo y lo importante es vivirlo con ilusión y creatividad. Así lo recordaréis siempre como algo bonito que os pasó un día. ¡Adiós, lindos!