A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


lunes, 21 de julio de 2014

A mi nieto en su veintiuno cumpleaños


Te quiero felicitar, mi querido Gonzalo con el recuerdo que dejé escrito en su día, en el Diario que os dedico y cuanso solo tenías cuatro añitos.


Mi nieto Gonzalo –cuatro años- me acompaña al médico. Hace bastante frío. Las calles están húmedas por un reciente chaparrón. Caminamos en incesante parloteo que va versando sobre todas aquellas cosas que le llaman la atención en la calle: el caballito blanco de la puerta de un bar, el puesto de las chucherías, un letrero luminoso...
De repente, un pobre se nos acerca. Es evidente que se trata de un ilegal. Sucio, mal vestido, enclenque, con poca voz nos extiende una mano, al tiempo que repite en una retahíla de palabras que apenas si se le entienden: Una limosna, señora, que no tengo para comer, que llevo dos días sin probar bocado, que mis hijos no tienen ni zapatos, ni ropa para el frío… Le doy unas monedas, al tiempo que le recomiendo acuda a Centros de Acogida, a Cáritas, etc. No tengo papeles, señora y, ¡lo que faltaba es que me denunciaran!   
Cuando se aleja, mi chiquitín exclama con evidente tristeza: ¿Y por qué no tiene comida? ¿Y por qué sus niños no tienen zapatos? ¿Y por qué no tiene papeles..?  ¿Sin papeles no puede ir al colegio..? ¡Pues yo tengo dos cuadernos! Si quiere, le puedo dar uno… Me emocionan sus palabras y los dos guardamos silencio. De repente exclama: ¡Ya sé, abuela! Que el cajero se lo dé a mi padre o al tito Ramón, que también lo guarda en el cajero, y ya, van   y compran comida, zapatos, un cuaderno… ¿no?...
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 Madrugada. Hora maga en la que amainan todos los vaivenes del día en esta playa en calma que es mi sala-refugio –le llamo yo-escuela. Sí, en ella, el sillón que fue mi asiento en las aulas durante unos veinte años. En ella, fotografías ampliadas de mis alumnos de todos los tiempos. En ella, libros, música, cielo... En ella ecos nostálgicos, porque ya son pasado,   de las inocentes  palabras, gestos, soluciones de un niño, de ti, mi pequeño, que no puedes entender la pobreza, que no puedes ni quieres admitir que haya gente sin casa, sin techo, sin pan, sin “cuadernos”, que te entristece, y así lo manifiestas, el que haya niños sin zapatos. Para ti, vida mía, las cosas son como debieran ser: que todos los seres humanos tuviéramos lo necesario, pero, un día te darás cuenta de que los hombres hemos administrado mal los bienes, y no hay tales “cajeros” ni papeles para todos. No obstante hay que trabajar, luchar, reivindicar para que la gente, sin ningún tipo de distinción, tenga, al menos, cubierta sus necesidades básicas. Eso es lo justo, lo razonable, eso es lo lógico que tú, infinita bondad e ingenuidad, propones con toda naturalidad.
Se ha levantado un poco de aire. Los álamos de la Avenida se cimbrean y proyectan sobre el asfalto sombras fantasmagóricas. No, no me asusto, pequeño mío. Es sólo que te recuerdo y quisiera tenerte cerca en estos momentos para escuchar de tus labios la versión maravillosa  de esta obscuridad, de este arrullo de la noche que a mí se me antoja el tic, tac de un inmenso reloj,  bajo cuyas agujas reposo en calma con la cálida transparencia de tu recuerdo.
 ¡Ay, mi niño! Te imagino, te sueño hombre con la mano extendida al pobre, al necesitado.., porque en tu alma de niño ya empieza a emerger el cálido tallo que será árbol de sombra y fresco para todos.  
Y este dibujito que hiciste por aquellos días. Millones de cosas  te desea esta abuela que con un beso llega hasta dónde estás y te dice una vez más: ¡te quiero, lindo mío!