A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


martes, 23 de agosto de 2011

Una fábrica de malos humos

 (De mi obra, editada por Narcea SA. de Ediciones, Cuentos y Teatrillos en Verde")

 
 Esto era una fábrica  que echaba mucho humo negro. Los árboles y los pájaros le decían:
-¡Aparta tus humos de nosotros! ¡No podemos respirar! 
Pero la fábrica les contestaba:
-¿Y a mí qué me importa? Si no podéis respirar idos a vivir a la playa o a la montaña pero a mí dejadme tranquila. Soy una fábrica. ¿Acaso no lo sabéis?
-Sí que lo sabemos –le contestaban-, pero hay formas de trabajar  sin poner en peligro la vida de los demás.
Y la fábrica, haciendo oídos sordos a cuanto le decían, seguía, orgullosa, con sus columnas de humo que salían por sus bocas y se extendían por todos los alrededores.
Los pájaros, no pudiendo aguantar más,  dijeron:
-Lo sentimos, hermanos árboles, pero nos vamos, antes de que el humo acabe con nosotros y con nuestras crías.
Y  cerraron sus nidos, cogieron a sus hijos y se fueron.
 Los árboles, como no podían moverse, empezaron a ponerse enfermos: Sus hojas, poco a poco, se iban poniendo amarillas y se iban cayendo.
  -¿Quién nos podrá ayudar? –se preguntaban.
Y una y otra vez trataban de que la fábrica entendiera lo que les pasaba.
-Perdone, señora fábrica -le decía un árbol de rama muy altas-. Sabemos lo importante que es y lo mucho que trabaja, pero, ¿no podría apartar sus humos un poquito de nuestro jardín? Nosotros no podemos irnos; no tenemos más casa que esta tierra.
-Yo estaba aquí antes que vosotros. Y no tengo culpa de que en lugar de pies o alas, tengáis raíces. Mis chimeneas hacen lo que tienen que hacer. Lo siento.
Un día el sol se enfadó porque también a él le llegaba el humo y lo oscurecía.
-¡Se acabó! –dijo-. Ya no vas a echar más humos.
Y llamó a las nubes:
-¡Nubes, amigas! -gritó-. Por favor, venid cuanto antes. Os necesito urgentemente.  
Las nubes corrieron al escuchar la voz del sol, al que respetaban y querían.  
-¡Aquí estamos, hermano sol! –exclamaron-. ¿Qué quieres de nosotras? Tan sólo sabemos mandar lluvia a la tierra.     
-Es lo que preciso y me podéis ayudar mejor que nadie. Esta fábrica, que nos está ahumando a todos, necesita un escarmiento. Quiero que descarguéis toda la lluvia posible sobre sus chimeneas cargadas de humos. A ver si es posible que se le apaguen para siempre.
Y, ¡pimba! Las nubes  comenzaron a descargar sus barrigas llenas de agua sobre las chimeneas  de la fábrica que gritaba:
-¡Socorro! ¡Socorro! ¡Que se vayan estas nubes que nos van a romper en mil pedazos.
-¡Ni que lo soñéis! –dijeron-. De aquí no nos vamos hasta no terminar con vuestros malos humos que oscurecen al sol, matan a los árboles, a los pájaros y también a las personas.
Y descargaron tanta agua que, junto con el viento, acabaron con aquellas humeantes chimeneas. Los dueños de la fábrica, al ver lo que había pasado, dijeron:
-¡Si es que eran ya muy viejas! Se esperaba que no resistieran  cuando el viento y la lluvia  atacaran fuerte. Será mejor reconstruir la fábrica y quitar las chimeneas. Buscaremos otra forma de trabajar que no arroje humos o que  vayan por debajo de la tierra.
Y así lo hicieron. La fábrica volvió a trabajar pero ya sin chimeneas y sin humos. 
Los árboles, al fin, empezaron a respirar y los pajaritos volvieron y todos fueron felices.
 -Gracias, sol, gracias, nubes, -decían- porque nos habéis salvado.
Y la fábrica, arrepentida al comprobar el mal que les había hecho, repetía   junto con todos los seres vivos del jardín:
Y colorín, colorán,
a la bim, bom, bam.
¡Fuera, fuera los humos
 de nuestra ciudad!
Que aire muy  limpio
hay que respirar
¡Fuera, fuera los humos
que puedan contaminar,
que se vayan para siempre,
que no vuelvan más.
¡Colorín, colorán!

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