A mis nietos y nietas


Si a vuestro paso habéis dejado caer alguna
espina, regresad, arrancadla y en su lugar sembrad
una rosa.

Vuestra abuela que os quiere tanto...


viernes, 5 de junio de 2020

JUGANDO CON LA LUNA


Para mis nietos y nietas en una noche de luna y cielos precioso






martes, 28 de abril de 2020

VOLAR SIN ALAS: A MIS NIETOS/AS

 MIS QUERIDOS  NIETOSY NIETAS: SÉ QUE  ENTENDERÉIS ESTA HISTORIA QUE ALGUNOS YA CONOCÉIS., PERO QUE HOY NOS SIRVE DE REFLEXIÓN.

DIARIO CÓRDOBA / OPINÓN
VOLAR SIN ALAS
ISABEL AGÜERA
Desde hace ya días, cuando por teléfono hablo con amigos, coincidimos que no vemos la tele ni queremos saber nada más que lo necesario de la pandemia porque ya es bastante con estar encerrados para además ser bombardeados por opiniones variopintas y contradictorias muchas veces y no solo opiniones sino imágenes que nos revuelven el estómago en los telediarios. Por eso yo hoy he pensado que me voy a alejar y voy a contar una historia mágica que nos haga soñar, lejos de terroríficas pesadillas. Esto era una espléndido mañana de primero de marzo. Aquel día, en la sierra, justo a mis pies, cayó muerta una mirla.
Apuntaban los verdes por la primavera y olores nuevos se habían entronizado en el aire y como aleluya glorioso solemne, bandadas de pájaros emigrantes cruzaban los cielos. Cazadores furtivos, dispararon a la mirla, bello elemento de aquel paisaje que, como punto negro sobre el limpio cielo, revoloteaba en los alrededores de mi parcela que en afanes de vida, iba haciendo su nido. Unas lágrimas brotaron de mis ojos, y mis manos reverentes fueron caricia para aquel lúgubre evento que me palpitaba con rabia. Bandadas de palomos surcaban los cielos en arrullos de amores y en el silencio de las horas y en la soledad del lugar.
Atardecía, cuando regresé a la ciudad. Tráfico, gente, campanas...vida. En mi bolsillo, un par de alas negras, mágico tesoro que deseaba enarbolar para siempre como glorioso himno a la libertad.
Al rescoldo de mis sueños, junto a mi almohada, en luminoso y lacrado sobre negro: las alas de la madre mirla.
Una noche, cuando ya el sueño había hecho presa en mis ojos, me despertó un extraño aleteo. El sobre negro, arrebatado de mi mesita de noche por un súbito viento, y en vaporoso zigzag, revoloteaba por la ventana, al tiempo que la sombra fulgurante de un pájaro negro se alzaba, sin alas, en palpitantes vuelos y se perdía en la espesura de la noche.

Una maldita pandemia nos ha cortado las alas, pero no la libertad. El famoso autor del Principito dice: Solo se que hay una libertad: la del pensamiento. Y esa nadie  nos la puede cortar, luego  volveremos a volar.


miércoles, 15 de abril de 2020

Ilusión, queridos nietos


MIS QUERIDOS NIETOS: 

Un artículo más para que aprendáis a encontrar ilusión en cualquier circunstancia,  ya que de lo contrario, la vida sería como un eletroencefalograma plano. 

MIRAR Y VER
ILUSIÓN: ETIQUETA DEL AÑO
ISABEL AG­ÜERA
Una ilusión eterna, o que por lo menos renazca en el alma de vez en cuando, no sólo está muy cerca de la realidad, sino que sin esa realidad no se puede vivir y en estos días que estamos viviendo en los que parecen haber  muerto las ganas, las ilusiones y casi la vida, caigo en la cuenta  de que no son las fiestas, los regalos, las explosivas alegrías las que provocan bellos e ilusionantes días  a los seres humanos. No, a pesar de la tremenda desgana de vivir que tal vez no invada cuando nuestras calles están desiertas, cuando no podemos pasear por un jardín o salir al campo o ir de compras y parece que estamos soñando en un planeta muerto,  nos queda viva la imaginación, las ganas de comer, de ver la tele..., estamos vivos, luego  tenemos capacidad para renacer alguna pequeña ilusión  que inventemos y hagamos realidad. Y sí,  hay que poblar la vida de ilusiones. Hoy estoy convencida de que los sueños,  casi siempre, hay que crearlos. La vida es un zigzag  de altos y bajos que nos vapulean de un momento a otro sin intermedios. El almanaque se eclipsó un día de marzo y allí sigue como si el tiempo, los días, tocados por el hada mala  hubiesen quedado dormidos, pero esta paralización de todo no debe poder con nosotros. ¡Que no, que no debe asustarnos este fantasma del virus que parece querer devorarnos en fechas, como la Semana Santa pasada, como ferias y fiestas.    Hagámonos felices, considerando que la ilusión procede de un manantial interior del que podemos beber siempre. Si lo ignoramos, llegará a ser pozo seco, montón de ruinas. Un pequeño esfuerzo, amigos: ¡Mirad al cielo y comprobad que ahí siguen las estrellas, juguetes eternos de nuestros ilusionados sueños!  Nos toca transmitirlos, pero si nos perdemos en nuestras ya manidos recuerdos, estaremos haciendo de las ilusiones más jóvenes, flores marchitas. Ahora que todo se etiqueta, expreso la mía favorita para este tiempo   y no solo para mí sino para el mundo entero, en una sola palabra: ilusión.



 Sed felices y no perdáis  nunca esa  sonrisa tan linda  de cuando eráis  bebés

miércoles, 18 de marzo de 2020

A MIS NIETOS/AS: SUPERVIVENCIA


Mis queridos nietos y nietas:
Llevo algún tiempo sin escribiros algo y sabéis bien por que. Hoy, en estos tiempos  que nos tienen encerrados en casa,  os quiero transscibir mi artículo de hoy porque ya todos lo entendéis.

DIARIO CÓORDOBA / OPINIÓN
ISABHEL AGÜERA

EL neurólogo y psiquiatra austríaco Frankl Viktor, sobreviviente del Holocausto, tiene frases que nos vienen como anillo al dedo a la situación actual que estamos viviendo: «Cuando ya no podemos cambiar una situación –dice- tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros mismos». Y efectivamente poco o nada podemos hacer para huir de este obligado reclutamiento que estamos viviendo en nuestras casas. Dice también: «quien tiene algo por qué vivir es capaz de soportar cualquier cómo». 
Yo creo que ambas frases tienen significado justo, sobre todo para los jóvenes que tan mal llevan verse privados de su ritmo de salidas y reuniones con amigos. Se sienten enjaulados, prisioneros sin causa provocada por ellos, y es cierto que ni a jóvenes ni a mayores nos apetece estar todo el día unos frente a otros, mirándonos las caras, más bien de mal humor y sin cesar de ir y venir al frigorífico que parece ser el único relajante que apacigua por poco rato la pereza de los ánimos. 
No obstante, si como dice Viktor Frankl no podemos cambiar ni exterminar al virus rey, tenemos el desafío de cambiarnos a nosotros que seguro nos está haciendo falta aprender a vivir con menos estrés, nos está enseñando cuánto necesitamos de los otros y de ahí los inventos de los bailes y canciones desde balcones y ventanas, forma única posible de comunicarnos en esta impuesta cuarentena en la que uno mismo puede crearse un micro universo de posibilidades a su alcance: una buena película, una conversación por el móvil, consultas curiosas a Internet, leer, escuchar música y sobre todo, reflexionar en cuánto tenemos y no lo valoramos hasta que nos vemos privados de ello. Por otra parte, reflexionad en tantos millones de seres humanos que no tienen ni cama ni comida, ni libertad y pasan por la vida privados de todo. Y sobre todo, amigos, todos tenemos algo por lo que desear vivir, luego tenemos que soportar del mejor grado posible, el cómo.
* Maestra y escritora
¡ADELANTE, MIS JNIÑOS! ESTO PASARÁ Y HABRÉIS APRENDIDO EL VALOR D EL COTIDIANIDAD


domingo, 5 de enero de 2020

Noche de Reyes Magos


Hoy, quiero volver la vista al Día de Reyes de mi infancia y creo que os gustara saber  cómo viví la abuela la noche de Reyes.   
Para los niños la noche de los Reyes Magos era un delirio de cábalas. Mi padre nos hacía escribirle cartas con la expresión de nuestros deseos. A modo de anécdota citaré el año que mi carta empezaba así: Queridos Reyes Magos, Melchor, Gaspar y Balta saresteaño”. No sé por qué mis hermanos no han olvidado el pequeño incidente ortográfico y lo cuentan y se ríen con bastante frecuencia cuando nos reunimos. Debió ser que mi padre, muy estricto con la ortografía, me hiciera repetir la carta o tal vez la ponderara como algo divertido.
Y llegaba la noche de Reyes. Mi padre era el mayor detonante de nuestros sueños, y creo que él los vivía con idéntica ilusión. Nos acostábamos temprano, previa ceremonia de colocar nuestros respectivos zapatos, bien limpios, en el dormitorio de nuestros padres, en el gran balcón cubierto, -el cierre, le llamábamos-  por orden de edades. Realmente todo un espectáculo.
Comunicado con su dormitorio, estaba el nuestro, el de los siete, una gran habitación de tres  balcones a la calle, y era tal la fantasía con la que se esperaba la llegada de los Reyes que recuerdo cómo en alguna ocasión creí escuchar su mágica y sigilosa llegada y  sentir el beso que depositaban en mis mejillas.
Dormíamos poco todos los niños aquella noche porque de madrugada se producía la eclosión del gran momento: entrar y ver qué nos habían dejado. Era mi padre el que anunciaba el feliz acontecimiento: ¡Podéis entrar! ¡Ya han pasado! ¡Y cuántas cosas han dejado!
Corríamos descalzos y nos apresurábamos sobre nuestros zapatos. ¡Qué espectáculo! Cada cosa en su sitio y todo muy bien colocados y con tanto cariño que aquellas cuatro sencillas cosas, ante nuestra vista, eran auténticos regalos de Reyes.  ¡Qué alegría aquellas muñecas de cartón piedra! ¡Y aquellas cajas de lápices de colores! ¡Y los caballitos igualmente de cartón! Y los caramelos y alguna que otra chuchería.
Mis padres, desde la cama, y con grandes exclamaciones de sorpresa, iban detenidamente examinando y elogiando los regalos. Y acabábamos todos en la cama felices como ningún otro día del año.
Luego en la calle, era la hora de exhibir nuestros regalos. Recuerdo cómo los niños más pobres portaban unas cestitas primorosas con algunos mantecados y perrunas. Yo los miraba con algo de pena pero creo que aquel día todos estábamos felices; ¡era un día  tan especial!
Siempre recordaré, y es mi sencillo homenaje, a Juana, cocinera de casa, con su gran moño enroscado como un frondoso nido, ojos grises y profundos, manos deformadas por la dureza de una vida de trabajos que nos contaba historias fantásticas y nos hacía soñar con un mundo de encantamientos.
Allí, al calor de la cocina, mientras preparaba guisotes o hacía pestiños y roscos de vino, en los inviernos, o en la puerta de casa entre aromas  de jazmines y damas de noche, en los  veranos, con insistencia, mis hermanos y yo repetíamos: Juana, un cuento. ¡Una historia! De risa, de magia... No, mejor de miedo. ¡Mejor, de los Reyes Magos!”
“Los Reyes Magos -nos decía, y se le iluminaban aquellos ojos pardos de mirada decrépita y profunda- llevan camellos, pajes, luces de colores, música, campanillas y, a su paso, perfuman el aire de exóticos olores traídos del lejano Oriente, y reparten regalos a las niñas y niños buenos, y dejan carbón a los malos. Carbón que huele a gasolina y azufre... Pero, ¡eso sí!: los niños deben estar dormidos.
Hoy, después de muchos años, sigo creyendo en los Reyes Magos que traen regalos a los niños buenos  como nos contaba la buena de Juana 
 Cuando en la infancia alguien siembra en nosotros un bonito sueño, no sólo echa raíces de un día, sino que, en constante crecida, se transformará en gigantesco árbol, cuyas ramas buscarán siempre la luz blanca del cielo.
Reyes Magos, sueño de todos los niños, de todos los tiempos.  Reyes Magos: Melchor, Gaspar, Baltasar... y nosotros.
Y la vida se normalizaba y todo volvía a ser idéntico en los rigores de un invierno que tenía su máximo exponente en aquel mes de enero que recuerdo con calles escarchadas, ropa tendida a la intemperie que amanecía helada, al igual que los pequeños charcos que pudiera haber por las calles.