Cuando me vaya, allí, justo allí, volveré.
En el pozo, bajo el árbol,
Búscame, espérame...
Hola, preciosos: hoy hace veinticinco años que nos dejó el
abuelo Mariano. Puede que os parezca mucho tiempo, y lo es, sobre todo para mí
y también para vuestros padres. No obstante ellos os tienen a vosotros, al
igual que, cuando yo perdí a mis padres, y tienen sus vidas llenas de trabajos
y proyectos como es lógico, pero yo lo echo mucho de menos, a pesar del tiempo transcurrido y creo que cada vez
más, porque debe ser muy bonito, lo
mejor, creo yo, ver juntos crecer a los hijos, ver nacer a los nietos y ver cómo la
familia crece y se multiplica, pero también, sobre todo, el poder compartir con
alguien que quieres y que te quiere, con alguien con quién un día decidiste que
fuera tu compañero/a, compartir, os digo, el ir cumpliendo años, el ir quedando
solos, el aceptar limitaciones, etc.
Pero la vida es así: uno se va siempre antes que el otro y el
que se queda de la pareja, cuando hay amor, siente que el mundo se le derrumba,
que se queda solo… Y no me digáis que me
queréis mucho, que vuestros padres, mis queridos hijos, están siempre dispuestos a todo. Eso es
verdad y tengo que dar gracias a Dios porque me siento privilegiada con vuestro
cariño y el de mis tres hijos, vuestros maravillosos padres.
En fin, cuando el abuelo se fue, así me sentí yo, sola, sola,
pero caí en la cuenta de que la vida es un teatro en el que cada uno cuando
termina su papel, sale del escenario pero el siguiente, al que le toca actuar,
no puede salirse, ya que de hacerlo
rompería la “función”.
¿Me entendéis, verdad? ¡Ea, pues, rápidamente, como decís
vosotros, me puse las pilas y me dispuse a seguir mi papel en el teatro, a seguir el camino con ilusión sin
dejar por eso de recordarlo!
Y así llevo veinticinco años, porque fue bueno, sencillo, divertido y más que nada
por lo mucho que me quería y se preocupaba de mí. También yo le correspondía
como mejor sabía y podía.
Hoy quiero que
vosotros no olvidéis esta fecha que no vivisteis pero él sí que os soñó, y sí
que, esté dónde esté, os mira, os ve y se siente orgulloso de unos nietos tan extras como lo sois los ocho.
Bueno, ya está. Termino con un poemilla que le escribí, porque cientos de veces os he contado cómo le gustaba nuestra parcela, el campo...
Ven, amor, a este
silencio
de monte y viento.
Ven, aquí, junto al
pozo,
bajo el árbol grande
que fue semilla en
tus manos.
Ven, que yo, niña
obediente,
te vengo a buscar,
porque tú, ¿lo
recuerdas?,
mil veces, me lo
ordenaste:
Cuando me vaya, allí, justo
allí, volveré.
En el pozo, bajo el
árbol,
Búscame, espérame...
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