Mi querido Gonzalo: No sé por dónde empezar esta carta que una vez más te escribo, aunque en esta ocasión me faltan palabras para expresarte lo que siento y deseo. Te vas muy lejos, al menos para mí, y tardaré meses en volver a verte, a hacerte natillas con muchas galletas y canela y a darte ese montón de besos que me nacen cada día para ti. Fuiste mi primer nieto en años en los que la soledad por el fallecimiento del abuelo me pesaba como nunca -¡ojala!- llegues a entender. Aquella cama con su sitio vacío que era como si me sintiera partida por la mitad, la llenaste tú en noches que tu madre, consciente de mis sentimientos, maravillosa como es, te dejaba dormir conmigo. Eras como un diminuto envoltorio de mágicos sueños que cancelaba mis insomnios y hasta el dolor de aquella palpitante gran ausencia.
Sí, mi querido
nieto. Fui testigo de tus primeras sonrisas, gorgojeos, testigo de aquellas
primeras medio palabras que traducía en
los más bellos cantos que de madrugada me podía entonar el amanecer . Después, pasado unos años, te
llevé a la guardería, al colegio… ¿Te acuerdas de todas aquellas ingenuas, inteligentes y hasta divertidas conversaciones que venían a ser, juegos, ante
todo? Abuela, ¿por qué los casaderos no les dan casas a los que no tienen?
Abuela, el grillo sí está muerto: está seco y bocarriba. Abuela, si los pobres
no tienen dinero que vayan al cajero como va mi padre y se los da. Abuela, yo
me voy a comprar un Renault amarillo… Después llegaron grandes días: Primera
Comunión, instituto, universidad y ahora el trampolín que te lleva lejos. Es
evidente que has crecido, y yo que he sido testigo de todos y cada uno de tus días,
doy gracias a Dios por el regalo que
fuiste, que eres y seguirás siendo.
Nuevos horizontes
te esperan, y me alegro, a pesar de que me provoquen penilla
de que así sea. Vas a despegar vuelo, lejos del hogar y de la familia que tanto
amas, pero encontrarás que cada rincón del mundo puede ser hogar, calor y vida
cuando llevamos dentro el rescoldo de valores grabados en el alma, y cada ser
humano, criatura idéntica a ti, a todos. Sigue siendo generoso, divertido, bueno como
los has sido siempre, pero vive atento a los ladrones que quieran robar tus
“tesoros”. Estoy segura de que eres consciente de esta oportunidad que te da la
vida, que te dan los mejores padres del mundo, y que yo, a excepción de las
natillas -poco más puedo darte- quiero contribuir con mi cambio de penilla por una gran alegría: Sí,
mi Gonzalo es ya un hombre.
Cuando empezabas
a dar tus primeros pasos y encontrábamos alguna dificultad, yo te quería
ayudar, pero tú te soltabas de mi mano y repetías: “Yo tolito”. Por eso, solito, sin grandes problemas, te enfrentarás a otra vida, costumbres, idioma, te enfrentarás otra gente... No obstante,
sabes que no estás solo que aquí todos estamos contigo, te queremos y
esperamos. El beso más grande el mundo para cada mañana y tarde que estés lejos. Abuela Isabel.