Mis queridos nietos y nietas: un año más llega el gran Día del Libro, y un año más deseo que améis los libros, la lectura, porque un libro es una
caricia para el espíritu, y es un maestro que nos aconseja y enseña, un amigo que
sin interés alguno, estará siempre al alcance de nuestras manos, un libro
es un viaje a otros modos de vida, a
otros paisajes, a otros seres humanos…
Hoy,
para vosotros y para los posibles niños, padres o abuelos, lectores de este blog, un cuento de una de mis obras para niños y mayores.
¡Ah! Y mirad y leed este cartel.
¿Os dice algo?
EL
SOBRE NEGRO
Aquel
día, justo a mis pies, cayó muerta la mirla. Apuntaban los verdes por la
primavera y olores nuevos se habían
entronizado en el aire y como aleluya solemne bandadas de pájaros emigrantes cruzaban los
cielos.
Ellos,
cazadores furtivos, dispararon a la mirla, bello elemento de aquel paisaje que,
como punto negro sobre el limpio cielo, revoloteaba en los alrededores de mi
parcela.
Cayó
fulminante sobre el romero. En el nido, cuatros huevecillos verdes aguardaban
calor y tiempo. Unas lágrimas brotaron
de mis ojos, y mis manos reverentes, fueron caricia para aquel lúgubre evento
que me palpitaba con rabia por los puros
entresijos del alma.
Jarales, tomillos, hinojos, encinas… Y uno,
dos, tres... una bandada de palomos surcaban los cielos en arrullos de
amores y en el silencio de las horas y
en la soledad del lugar.
Atardecía,
cuando, tras depositar el diminuto cuerpo de la mirla y su nido bajo el
madroñal, junto al pino grande, regresé a la ciudad. Tráfico, gente, campanas...
vida. En mi bolsillo, un par de alas
negras, mágico tesoro que, deseaba enarbolar para siempre como glorioso himno a la libertad.
Allí,
al rescoldo de mis sueños, junto a mi almohada, un luminoso y lacrado sobre
negro, como urna sagrada, atalayaba las alas de
la madre mirla Pasó algún tiempo.
Una noche, cuando la luna llena inundaba de macilenta claridad las paredes de mi dormitorio y, cuando ya
el sueño había hecho presa en mis ojos, me despertó un extraño aleteo.
El sobre negro, arrebatado de mi mesita de
noche por un súbito viento, y en
vaporoso zigzag, revoloteaba por la ventana, al tiempo que la sombra
fulgurante de un pájaro negro se alzaba en palpitantes vuelos y se perdía en la espesura de la noche.
Han pasado años, pero todavía me pregunto si
fue un sueño pero, cuando la luna llena inunda mi almohada, a mi corazón
retornan las notas de aquel himno a la libertad que fueron siempre las alas,
cruelmente arrancadas por detractores de
vida, a la madre mirla.