La rutina es como la noria gigante.
No cesa de dar vueltas y más vueltas iguales siempre
pero siempre nos deja ver alturas, horizontes...,
si somos capaces de mirar y ver.
¡Ea, pues ya se acabó la feria, mis queridos y preciosos nietos y nietas! ¡Y anda que no lo habéis pasado bien! ¡Hasta en la noria gigante os habéis subido los mayores!
Bueno, pues mañana, DM. toca cole de nuevo y tareas y las cosillas de cada día.... A eso los mayores le llamamos rutina y hay quién se refiere a ella como lo peor de la vida. No obstante, a medida que vamos cumpliendo años, lo que más deseamos es que esa rutina siga y siga.
Es decir, valoramos cada vez más las pequeñas cosas de cada día: Por ejemplo, y no os riáis, a mí me produce una gran alegría, por la que doy graicas a Dios, el coger la llave a las seis de la mañana, abrir la puerta del piso y bajar a tomar un café en Tamicos, que bien sabéis lo cerquita que me queda, y ver pasar el primer autobús de la mañana, y el mirar al cielo y ver cómo va llegando la luz del día y, en fin, un montón de pequeñas rutinas que son la vida y que, como la noria de la feria, da vueltas y vueltas, siempre iguales, pero siempre dejando ver los lejanos horizontes.
Esta mañana bien temprano, cuando empezaba a despuntar el sol, salí a la terraza y le hice esa foto a lo que todavía queda de feria: la gran noria. Puede que dentro de un rato la hayan desmontado ya y no vuelva a verla hasta el año que viene si Dios quiere, pero la foto sí que se me queda para siempre en el álbum gordo, gordo de mis momentos felices.
Y lo último: acostumbraos a guardar, a coleccionar momentos para que, cuando pase el tiempo y miréis hacia atrás, os encontréis con el índice de todo lo vivido con ilusión, con amor, con ganas, aunque sea la rutina de cargar la cartera y coger el camino del cole. Os quiero mucho.