Se acerca la Noche de Navidad, noche de cenas
familiares y quiero, hoy, empezar por enseñaros algunas cosillas que debéis
saber, o recordar, de cara a lo que debe
suponer sentarse a la mesa, pero empezaremos
por aprender y valorar lo qué
conlleva “poner la mesa”
Es cierto que los días entre semana, tal vez no comáis
todos a la misma hora y más bien casi
siempre corriendo, pero conviene que, al
menos una vez a la semana o en ocasiones como las que se nos avecinan se coincida, y suelen ser sábados y domingos.
La comida, siempre que sea posible, debe
celebrarse en el lugar preferente para ello y sin reparar en dificultades como
abrir la mesa del salón, riesgos a estropear algo, distancia a la cocina, etc.
La comida es un acto de tal importancia y
trascendencia que siempre, siempre que
sea posible hay que tratarlo con toda la
solemnidad. ¿Os suena gorda la palabreja? Pues solemnidad, sí, como la que se da a los
grandes acontecimientos porque no se trata de sustentar tan sólo el cuerpo,
como en el caso de los animales, sino de aprovechar para “construir” también el
alma
Sí, hay que tratar de vez en cuando de hacer
de un acto tan repetido y hasta vulgar, si queremos, una “fiesta” a la que
tendremos que dar solemnidad requerida
Poner la mesa, prepararla para una comida
familiar, es obra de arte que se debe practicar, ya que estimula el apetito y
es el primer paso para crear un buen ambiente entre la familia.
Efectivamente, el sentarse padres e hijos a
comer es algo festivo, ¡muy festivo!, que hay que saber valorar porque la vida,
la felicidad radica en pocas, pequeñas pero importantes cosas, y ésta es una de
ellas. ¿Acaso no es una gran alegría, felicidad estar todos sanos, unidos y compartiendo una buena
comida? Sí que lo es, y mucho pero hay que ser conscientes de ello.
Sin ir más lejos, cuando, junto me reúno con
mis hermanos, recordamos momentos de la
infancia, y siempre se refieren, más que a ninguna otra cosa, a las horas de la
comida. Pequeñas cosas compartidas que nos fueron forjando en tolerancia, comprensión, en el amor mutuo,
etc. valores que puedo comprobar son hoy una realidad en sus vidas, en sus
familias.
Luego empecemos por tomar nota sobre cómo poner la mesa.
La mesa, lugar por excelencia para comer
cómodamente, se debe cubrir con un mantel limpio y bien planchado. Los cubiertos, todos iguales, se deben colocar
como si de una fiesta de invitados se tratara. Es decir, cuchara y
cuchillo a la derecha, tenedor a la izquierda. De forma que el orden sea por
preferencia del uso que se les vaya a dar.
Servilletas bien dobladas que pueden ser
perfectamente de papel, a la izquierda.
Vasos de agua iguales, cada uno en su
respectivo lugar, e igual, copas de
vino, si es costumbre que los mayores beban alguna clase de vino.
Platos llanos y hondos. Si es posible los de
esa vajilla que se guarda y que jamás se usa. ¿Qué mejor ocasión que
disfrutarla cuando todos compartimos mesa.?
Conviene poner algún recipiente apropiado
para huesos de aceitunas y otros posibles pequeños desperdicios, aunque es
preferible, si se ponen aceitunas, que sean deshuesadas. Los huesos pueden
producir mal efecto.
Bonita panera con el pan troceado.
Juego de vinagreras por si hay que añadir
sal, vinagre o aceite a la comida.
No estaría de más, no es ninguna cursilería, que, al menos, los días festivos,
colocáramos un ramito de flores en medio
de la mesa.
Es importante que el poner la mesa sea ya el
prólogo de momentos festivos.
Recuerdo con nostalgia cómo de niña mis seis
hermanos y yo, a la hora de comer, andábamos alrededor de la cocina esperando
el momento que mi madre dijera a la asistenta: Ya se puede ir poniendo la mesa. Algo que, por cierto, era el
diario de almuerzo y cena porque en aquellos tiempos todos comíamos a la vez y
siempre a la misma hora.
Poner la mesa, mis queridos nietos, es algo
que hay que hacer entre todos. Seguro
que os divierte al tiempo que os sentiréis colaboradores del evento.
Me hace gracia recordar cómo Gabriel, a sus dieciocho meses, con gran alegría, transportaba pequeñas cosas de la cocina, a la mesa o viceversa en espíritu de colaboración que le hacía sentirse útil, feliz..
Y esto no termina aquí. mañana sigo con algunos consejitos más para que lo tengáis todo a punto el martes por la noche. Os quiero,lindos míos.
Me hace gracia recordar cómo Gabriel, a sus dieciocho meses, con gran alegría, transportaba pequeñas cosas de la cocina, a la mesa o viceversa en espíritu de colaboración que le hacía sentirse útil, feliz..
Y esto no termina aquí. mañana sigo con algunos consejitos más para que lo tengáis todo a punto el martes por la noche. Os quiero,lindos míos.