Siempre, desde pequeñitos , os han gustado mucho los cuentos.
Mis queridos nietos y nietas: todos los días del año
deben ser días del libro, pero, como sabéis, hay una
fecha especial en este mes para divulgar la lectura de forma muy especial y
para celebrar la Feria del Libro.
No dejéis ni un día de leer, aunque sea tan solo un pensamiento, pero ir formando vuestra
biblioteca particular con aquellos libros que más os gusten. Sería estupendo
que en cada uno de ellos insertarais una
ficha con la calificación que le ponéis, valores que habéis encontrado, tema,
autor, alguna frase destacada, etc.
Bueno, el
otro día, Ramón me decía: abuela no me gusta mucho la historia de la mirla
porque es de muerte.
Así que he
escrito un cuentecito para que resulte
una historia más alegre y os la dedico para celebrar el Día del Libro,
que es mañana.
EL SOBRE NEGRO
Aquel día, justo a mis
pies, cayó muerta la mirla. Apuntaban los verdes por la primavera. Ellos,
cazadores furtivos, le dispararon. En el nido, cuatros huevecillos verdes
aguardaban calor y tiempo. Unas lágrimas brotaron de mis ojos, y mis manos
reverentes, fueron caricia para aquel lúgubre evento que me palpitaba con
rabia, ¡maldita sea!, por los puros entresijos del alma.
La sierra una eclosión de
vida: jarales, romero, encinas... Y uno, dos, tres... una bandada de palomos
surcaban los cielos en arrullos de amores que se entronizaban en el silencio de
las horas, en la soledad del lugar.
Atardecía, cuando, tras
depositar el diminuto cuerpo de la mirla y su nido bajo el madroñal, regresé a
la ciudad. tráfico, gente, campanas...vida. En mi bolsillo, un par de alas negras, mágico
tesoro que, deseaba enarbolar para siempre como glorioso himno a la libertad. Allí, al rescoldo de mis
sueños, junto a mi almohada, un luminoso y lacrado sobre negro, como urna
sagrada, atalayaba las alas de madre mirla.
Pasó algún
tiempo. Una noche, cuando la luna llena inundaba de macilenta claridad las paredes de mi dormitorio y, cuando ya
el sueño había hecho presa en mis ojos, me despertó un extraño aleteo.
Por mi ventana, la sombra de un pájaro que fulgurante alzaba sus alas al vuelo.
Sí, era la mirla. El sobre negro, por unos instantes, permaneció junto a mi
lecho. Después, un soplo de viento lo arrastró en un vaporoso zigzag
por la ventana.
Todavía me pregunto si
fue un sueño pero, cuando la luna llena me mira, a mi corazón retornan las notas de aquel himno a
la libertad: Aleluya