No tengáis miedo a la muerte; tampoco a la vida.
Cada una tiene un misterio que no conocemos,
pero son el principio y el final de nuestra existencia que debe quedar
rotulada por el amor.
Mis queridos nietos y nietas: como bien
sabéis, hoy es el Día de Todos los Santos y como sé que no estáis muy
enterados del significado del día, os lo
digo en dos palabras.
La Iglesia
Católica hace santos, como los que están en los altares, a personas que han destacado por su amor a
Dios y al prójimo, personas que han
vivido con humildad, sencillez y dedicando su vida a hacer el bien, pero hay
cientos y cientos que han vivido como santos y
no están en los altares ni son
conocidos. Por eso, la iglesia a les dedica ese día.
¿Lo
entendéis? ¡Claro que sí! Ya sois todos
unos chicos muy sabihondos.
Bueno, os
cuento algo
Al poco de fallecer el abuelo, una tarde, noche
ya, me detuvo un atasco casi a las puertas del cementerio de San Rafael. En el
cielo, rozando la copa de los cipreses, una inmensa luna llena. Emocionada ante
aquel espectáculo que me provocaba un éxtasis de sentimientos, escribí lo que
sigue. Es solo el repente de unos minutos de ausencia tal que llegó el
desatasco y sin darme cuenta, ni oír la pitada de los que me seguían, escribía
y escribía sin levantar la cabeza, hasta que alguien, golpeándome la
ventanilla, me gritó: ¡señora, que no está en el wáter de su casa!
Y el escrito que, según el hombre, tendría que haber escrito en el
wáter de mi casa.
FRENTE AL
CEMENTERIO
Ocho de la
tarde de un día muy frío. Atasco de coches, frente al cementerio de San Rafael.
Demasiada
noche, demasiado frío, demasiados recuerdos…
Y yo,
palpitaciones, miedos, escalofríos.
Una
lápida, flores, besos, suspiros, oraciones...
Unas
renovadas y eternas interrogante: ¿por qué él muerte? ¿por qué yo vida? ¿por
qué música, palabras... lágrimas, yo?
¿por qué
cipreses, mármoles, coronas… oscuridad, él?
De
repente, la luna, ¡siempre la luna!, grande, redonda, llena
nacía
coronando aquel mundo de tinieblas hacia el que mis ojos, desde el atasco,
miraba en éxtasis de nostalgias infinitas.
Y en mi
soledad, en mi camino negro, un surco de esperanza,
un rayo de
luz que retornaba mi rostro al sol, dejando atrás tumbas… muerte.
Sí,
reconocía la llamada del más allá en esta noche de luna de otoño llena que he
visto coronar la cabeza de todos los muertos del mundo.
Pero era
mentira: él, los muertos, no estaba allí; tan sólo la luna,
porque,
como la brisa en el pétalo de la rosa, como el néctar en finos labios de la
mariposa…él seguía latiendo fresco, vivo en el tallo de mi alma, orlando de
lunas llenas mis entrañas.
Frente al
cementerio de San Rafael. Fin de semana. En un atasco de coches, en noche de
luna llena he comprendido algo: la muerte no se lo lleva todo, la muerte, más
que le pese, no puede aniquilar el hechizo eterno del AMOR.