Queridos nietos y nietas: anoche en
el telediario -seguro que algo habéis oído- una vez más, hablaban del mal trato dado a los ancianos en una
Residencia. Se me conmovió el alma. Y busqué y releí capítulos, fragmentos de
mi novela titulada Limite de Eternidad. Trata de un maestro mayor que en una
Residencia escribe a sus hijos, contándole su pasado y su presente. Es una
novela realista, que por ello puede resultar triste pero es un padre que con inmensa ternura acepta su condición de mayor e incluso su estancia en una Residencia donde no solo escribe sino que se preocupa y ayuda en lo que puede a otros ancianos.
Hoy he buscado un relato de los muchos que en ella cuento para que la noticia que se comenta no quede, como tantas otras, en un telediario sin que trascienda algo más.
Dice así:
Mi buen amigo y compañero Carmona esperaba hoy a su hija y
nietos. Durante todo el día, a pesar de su acostumbrado pesimismo, hoy, desde
bien temprano, lo he notado con un gesto
de felicidad que le salía a flor de boca: ¡Veremos a ver esos pillines de mis nietos que
le traen al abuelo! –ha exclamado-. Mi yerno también viene, aunque mi hija es
la que dispone pero él me quiere, y yo no tengo queja. Lo hace muy
bien con mi hija, y conmigo, que cuando paga la Residencia, le queda bien
poquito de mi paga.
Pero, a medida que ha ido cayendo la tarde, Carmona, bien
arreglado, sentado en un poyete del caminillo de entrada, esperando el coche de
la familia, se ha ido poniendo triste, como si, poco a poco, se fuese desvaneciendo
su alegría: no han venido –me dijo con lágrimas disimuladas.
No obstante saca
fuerzas para conservar su humor y disculparlos: ¡no, si yo me estaba figurando
que no iban a venir. Me decía que la chica estaba un poco tontilla con las
vacunas. Seguro que la tiene mala. De no ser así, ellos hubieran venido por
encima de todo.
¡Pobre Carmona! ¡Si su hija lo hubiera visto toda la tarde
esperando, apoyado en su marrilla, con la gorra hasta los ojos y su rostro
feliz al principio y preocupado después, y sus mirada trasnpuesta en cada coche
que entraba y salía...!
La
madre Marcela tocaba la campana anunciando la hora de la cena, ¡Vamos, hombre!
- exclamé-; otro día vendrán. Vete tú, Paco. Esperaré otro poco por si
hubiesen tenido algún percance con el coche.
Tarde, muy tarde, la hermana Marcela lo entraba al
dormitorio. Al paso lo oí exclamar: ¡Si es que ya somos un estorbo!
Soledad
de los ancianos, que hemos aprendido a tragarnos los malos ratos y seguir
sonriendo, aunque nuestra sonrisa, bien entendida, sea la expresión de nuestras
lágrimas por el olvido y soledad en que nos dejan nuestros seres más queridos.
Hasta
aquí, un relato de esta novela real como la vida, un relato para reflexionad y
entended que no es devoción el atender a los padres sino obligación.
Así que tomad nota y respetad, atended y amad a los mayores que se crucen en vuestro camino
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