¡Cómo crece mi níspero y que feliz yo que lo cuido!
¡Para que veáis!
¿Habéis descansado ya de la fiesta que organizasteis
anoche? A estas horas, seguro que dormís, pero aquí estoy yo, recibiendo
al nuevo día y, como siempre, con mi cabeza a tope de nietos y nietas. Y bueno,
recibiendo, también a este día de fiesta, Día de todos los Santos, radiante de
sol que me roba la vista, una y otra vez, al cielo que entra por mi cierre.
No hace falta que lo hable con vosotros porque parece que
os oigo exclamar: ¡Eso de los santos en
una tontería, abuela! ¡Un invento de los curas!
Y no os voy a quitar la razón en lo del invento, pero
quiero deciros algo, que ahí se va a quedar, por si algún día os sirve y podéis
exclamar: ¡Pues llevaba razón mi abuela! Veréis,
cuando yo era niña nos decían que había que ser santos a fuerza de sacrificios,
Misas, Comuniones y todas esas cosas. Y yo, sí, ¡cómo no!, yo quería ser santa
y que me pusieran en un altar. ¡Y para que las tonterías que hacía! Andaba
descalza por mi jardín, rezaba a todas horas, si me iba a comer un caramelo, lo
tiraba… ¡UF, UF! Seguro que estáis pensando en la historia de mi chocolate.
¡Sí, pues todo era así!
¿Os acordáis del hueso de níspero que os dije había
sembrado en una maceta? ¡Ea, pues mirad cómo ha crecido! Y todo por los muchos
cuidados que le tengo cada día para verlo como este otro de hace unos años…
¿Y qué tiene que ver
eso, abuela, con los santos? A ello voy. Ya no quiero ser santa de altar
sino “santa” del mundo: generosa, solidaria, justa, sincera, tolerante, etc.
etc. Amante, en una palabra, de todos y de todo. Y eso es porque he crecido, y
no, precisamente de estatura, que también, sino, sobre todo, de alma, de
comprensión y empatía con todo lo que me rodea, pero, ¡claro! Hace falta, como
a mi níspero, cuidarse de crecer porque
la intemperie y los rigores nos pueden dejar enanos y eso quiere decir, que si
nos conformamos con todo lo que nos caiga, si aceptamos lo que nos dan sin
examinarlo, sin reflexionarlo, sin pensarlo siquiera puede que hasta nos
comamos un plato envenenado.
Creced, mis queridos nietos y nietas en esos valores tan necesarios en
nuestro mundo. Y creced cada día un poquito, y no, no os detengáis nunca a
medir vuestra estatura y conformaros con la talla que alcancéis porque mientras
estamos por este paseo de la vida, hay que seguir y seguir para arriba con
decisión y valentía porque de vez en cuando, notaréis el manotazo que os quiera
dejar chuchurridos, casi secos, casi muertos. Pero, no, haced como hizo la
abuela un día. Dijo: ¡Adiós, altar, ahí te quedas! Me aburro de
ser tu santa, tan callada, tan sola, tan quieta, tan fría; ahora lo seré del
mundo, de la gente... Y aquella abuela empezó a notar que no solo crecía sino que le salían alas y por ahí sigue caminado, unas veces, volando, otras y casi a rastras, muchas.
Y colorín, colorado, ¿mis nietos se habrán despertado?
Mis nísperos del año pasado y de hace dos años.
¿A que os gustan?
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