¡
Mirad,mirad qué maravilla de cielo sobre mi bloque!
Son pocas, muy pocas las veces
que, cuando hablamos, no me repetís la
misma pregunta: Abuela. ¿tú crees en Dios? Y antes de que me dé tiempo a
contestar alguno de vosotros añade: Dios
es una tontería. Dios en un invento
de los curas, etc. De sobra sé que todo eso lo decís más que nada para
sonsacarme y ponerme de mal humor, pero no lo conseguís, y lo sabéis, porque mi
contestación inmediata es: ¡bueno,
respeto vuestra opinión pero no es la mía!
Hoy, sin pretender para nada,
manipular vuestras creencias, os quiero
decir las mías y daros algunos consejos
para que tampoco os manipule alguien. Así que, ¡venga a tomad nota!
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Dios no es un ser colgado del
cielo manejando los hilos del bien y del mal. Tampoco Dios es una palabra que
manoseada por filósofos, religiones y estudiosos la definen de mil maneras y con miles de
atributos, para mí Dios –y es tan solo una opinión personal- es, ante todo un
inmenso misterio del que nadie sabe exactamente nada. Por eso, tanto los que
opinan ciegamente que existe como los que lo niegan, no tienen más argumentos que vosotros o que yo.
Por otra parte, tener fe en algo es aceptar una serie de verdades cuyo
portador -la persona que nos las expone- es de nuestra total confianza. ¿No os
sucede eso cuando un amigo del que os fiáis os cuenta algo? Sucede que en el
caso de la fe en Dios, las verdades absolutas no existen, no las tiene nadie.
Y me preguntaréis: Entonces,
abuela, ¿cómo podemos creer o no creer? ¿Y por qué hay gente que dice que Dios es un
invento y otra que no duda de su existencia? Ya os he dicho que tanto unos como otros, se fundan, bien en lo que le han
enseñado, bien en lo que a ellos les
interesa creer para justificarse así mimos todo lo que les sucede.
Existe lo que llamamos intuición
que viene a ser como el primer chispazo
que se nos viene a la cabeza cuando, por ejemplo, conocemos a alguien y solo
por su aspecto, mirada, etc. intuimos cómo puede o no puede ser. Hay quién a
eso le llama corazonada. En el diccionario podréis encontrar el siguiente significado: Conocimiento
inmediato de una cosa, idea o verdad, sin el concurso de razonamientos.
¿Y a qué viene a eso, abuela? Eso viene a decirnos que todos, en mayor o
menos grado, tenemos capacidad, sin mediación alguna, para, al menos, sospechar
acerca de algún conocimiento. Y yo, por ejemplo, cuando contemplo el universo,
intuyo que tiene que existir un ser, un algo muy superior al hombre que lo haya
creado y, cuando pienso en la maravilla que es el cuerpo de cualquier ser vivo, intuyo que no
es casualidad y cuando vuelvo la vista atrás al rastro de mi vida, me veo en
muy difíciles situaciones en las que siempre ha habido algo, alguien que me ha ayudado a salir y seguir adelante y
por intuición deduzco que no todo y siempre pasa porque sí. ¡Si yo os contara!
Sois todavía muy niños para entender.
La fe en
Dios no se pierde ni se gana, ni se transmite. La fe es una actitud de constante interrogante
que nadie jamás ha logrado despejar. Si alguien dice que la ha perdido, es que
jamás se preguntó nada. Y si alguien os
dice que Dios es una tontería, exigidle que os lo demuestre porque lo más
probable es que la tontería ser él mismo.
Ahora, ¡eso sí! No creo en un
Dios que premia y castiga. No creo en un Dios de silencios y olvidos... Porque
la voz de Dios tampoco es eco de la nuestra. Sus palabras, nítidas y luminosas,
sí que se superponen en la boca del
pobre, del marginado, del que clama justicia, y también, ¡como no!, en
la florecilla, y en las estrellas, y en las puestas de sol... No hay, pues, silencios de Dios, Hay, eso sí,
oídos sordos de los hombres que buscamos y queremos un Dios, justo a nuestra
medida.
Mi intuición, mi creencia es ésta:
Dios está aquí, en vosotros, en mí, en este mundo que deseamos mejor y que para
que así sea tendríamos que empezar por
ser mejores nosotros. El mundo no se mejora solo; el mundo somos todos. Y Dios
está en todos. ¿Por qué ocultarlo? Si lo
dejáramos asomar a nuestros ojos, el mundo estaría salvado.
No puedo transmitiros mi fe, no puedo ni tan siquiera pediros que la
tengáis, pero sí puedo en este amanecer invernal cargado de niebla, aseguraros
que siempre de mi nada brotó un halo divino que me creó de nuevo, que me colocó
de cara al sol con una luminosa urgencia: levántate y anda.
¿No intuís ya en los campos, en las puestas de sol, en el vuelo de pájaros
emigrantes la llegada de la primavera? Escuchad, mis queridos nietos, la voz sí, de la primavera que ya llega. ¡Llenaos de otoños! ¡Llenaos de primaveras, de
inviernos, llenaos de vida en todos los tiempos! Vivid en cuerpo y alma, porque ahí os daréis de bruces con Dios.
Sí, ya, ya continuaremos, preciosos que no cesáis en vuestras preguntas. Os lo prometo.
Y esto va dedicado a Gonzalo que por
ser el mayor, entenderá mejor. Muchos,muchísimos besos.
Gran lección de una abuela masetra. Mil gracias Isabel. A mi también me enseñas
ResponderEliminarGracias, amigo. Siempre tan genial y generoso. Un beso.
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