Y tú, mi precioso chiquitín, tendrás siempre un tobogán
para deslizaarte por mucho miedo que te dé.
¡Agárrate bien y, al toro!
Llega el otoño, mis queridos y preciosos nietas y nietas.
Estación del año que a mí siempre me ha gustado de forma muy especial, porque
es como si todo volviera a tener sentido: un cojín, un cuadro, una maceta, un
paseo...
Ya sé que a vosotros os gusta más el verano, las
vacaciones, la playa, y todas esas cosas que son estupendas, pero lo que hoy
quiero deciros, y me la estáis oyendo todos los días, es que cada estación y
hasta cada minuto es una oportunidad que nos da la vida para vivirla a tope.
Hoy, como todos los días, estuve un rato sentada en el
jardín. Hacía fresco, pero era una maravilla observar cómo iban cayendo hojas
de los árboles, cómo los paseos de albero estaban húmedos por el riego todavía
de días pasados, cómo los ancianos, pocos, buscaban ya un rayo de sol, cómo los
gigantescos árboles, cuajados de verdes, se iban matizando de tonos dorados… De
verdad que no tenía ganas de volver. Sí, me hubiera quedado allí, ¡pues yo qué
sé! Pasaban trenes, algún que otro abuelo con un pequeño en bici,silencio, fresco...
Alguien, al pasar
me dijo: ¡Qué solita está! Y no, no
estaba sola. Os escribía esta carta y es por ello que estabais tan presentes
como si me rodearais en aquel banquito.
¡Ah, bueno! También, ¡como no!, mi cámara. A cada foto
que hacía, me repetía: para que las vean mis nietos y nietas.
Y, bueno, ahora se me está ocurriendo transcribiros un
cuentecito muy breve a propósito del otoño.
Un árbol de hoja caduca fue sembrado en
un hermoso jardín. A su alrededor crecían viejos árboles de hoja perenne como
el pino, el alibustre, la palmera... Cuando llegó el invierno, el árbol de hoja
caduca, ante la expectación de todos, perdió sus hojas. Con sorna y algo de
compasión, los demás árboles se dirigían a él: ¡Qué pena nos da de verte -comentaban-
¿Acaso estás muerto? Tus ramas secas resultan punzantes, viejas, desapacibles.
Las nuestras, en cambio, siguen siendo frondosas, verdes...
El árbol de hoja caduca, reservado y silencioso, resistía
las heladas y los fuertes vientos, protegido, no obstante, por el cálido
rescoldo de la savia que le alimentaba en sus adentros.
Cuando llegó la primavera, poco a poco,
comenzaron a brotar yemas, hojas, ramas espléndidas que de un verde nuevo
parecían izarse al cielo, alargando sus brazos en frescas sombras y refugio de
cuántos pajarillos acudían al jardín. Los árboles de hoja perenne lo miraban y
se decían: ¿Qué milagro es éste? ¿De
dónde tal frondosidad y verdor? ¿Acaso ha resucitado de la muerte? ¿Acaso
pretende darnos lecciones de hojas y ramas?
Esta mañana en el jardín. Pensé: ¡qué bella es!
En su vida dio sombra y verdor.
Merece la eternidad.
Y la fotografié para vosotros.
El árbol de hoja caduca, adivinando sus
pensamientos, y con gran humildad, les dijo: Siento, hermanos, vuestra
torpeza al juzgarme en mis aparentes
horas bajas. ¿No veis cómo sale la mariposa del capullo y alza sus
vuelos en irisados colores, cuando llega la primavera? Así, durante el
invierno, mis hojas viejas me abandonaron, pero mi sangre siguió regando lo más
profundo de mi ser. De esta manera cada año, puedo estrenar vida. Yo no sabría
qué hacer con las mismas vestiduras que me nacieron el día de mi alumbramiento.
¿Qué os ha parecido? Ya hablaremos y discutiremos que es lo que más os gusta. besos mil-
Ya llega la lluvia
ya saco mi paraguas
y mis botas de agua
¡Bien..! Llega el otoño
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