Mi querido Javier: Como sueles decir y en la
lectura de esta obra, la abuela se enrolla con todo lo que os preocupa,
interesa, gusta o disgusta.
Hace un frío que pela. Son las seis de la
mañana. Ya sé que tú duermes como un lirón, olvidado de tus precoces
preocupaciones que se tornan preguntas y más preguntas.
Digo siempre, y es cierto, que mi Javier, tú
mi precioso nieto de once años, andas por el mundo con una mano alzada o lo que
es igual: pidiendo siempre la palabra, porque siempre tienes algo que decir,
algo, que preguntar.
Esta tarde, cuando viniste a traerme unas
torrijas que había hecho tu madre, te asomaste a mi terraza y de pronto
exclamaste:
-¡Abuela! En el semáforo hay parado un coche
de muertos.
-Sí, pasan todos los días. Van a la iglesia.
Te quedaste pensando unos minutos y después
exclamaste:
-¿Y por qué no le dejan pasar como a los
bomberos, a la policía…?
-Es vedad –te interrumpí-. Igual que tú
pienso yo.
Acercándote a mí que tecleaba en el
ordenador, me abordaste sin más:
-¿Y qué es la vida, abuela? Porque, para
morirse, mejor no vivir.
-La vida –te
contesté son muchas cosas: el aire, el
sol, la lluvia, la alegría, papá y mamá, los hermanos, la gente, el cole..,
pero la vida se gasta…
-Abuela –me interrumpiste-, ¿y por qué se
gasta la vida? Con la vida no se borra, ni se saca punta, ni…
-¡Ja,ja,ja! ¡Qué lindo eres y cuánto te
quiero! –exclamé-. Todas las cosas se gastan -traté de explicarte. ¿No ves cómo se gastan las pilas de tus
juguetes? ¿No ves cómo se gasta la suela de tus zapatos? ¿No ves cómo se gastan
los lápices y las gomas...?
-¡Ah…! –exclamaste no muy
convencido-. Pero, ¿nos vamos al cielo
sí o no? ¿Por qué los muertos están con los ojos cerrados? Yo, aunque esté muy
gastado, quiero estar con los ojos abiertos siempre. Con los ojos cerrados o me
duermo o me aburro.
-¡Bueno,
bueno, que sabio eres! También yo me aburro si cierro los ojos y, aunque ahora no lo entiendas, quiero decirte que es
demasiada la gente que vive, gran parte de su existencia, con los ojos
cerrados, evadiendo responsabilidades y compromisos. Dejan de ver la luz y poco
a poco, pierden el maravilloso sentido de la vista; se transforman en topos.
Tú, mi pequeño Javier, eres vida y tendrás que descubrir por ti mismo todos los
misterios que entraña el vivir, pero no te olvides nunca de que fuiste niño.
-Eso es
verdad, abuela, porque mi seño no ve
nada más que lo que le interesa. Me voy que es tarde.
………………………………………………….
Las palabras de mi nieto no me caen en
bolsillos rotos. Por eso quiero dedicarles a todos, esta carta.
Vísperas de Navidad. Nada mejor para relajar
tensiones y ambientarnos en el auténtico y entrañable sentido de estas fiestas
que las palabras textuales de un pequeño de once años que empieza a caer en la
cuenta de que la vida se gasta, la gente
se muere…
Hasta aquí parte de la conversación con mi nieto Javier, pero hoy
-años ya-, que ya empiezan a entender, quiero añadir algo que, como el arcaduz
de una noria pequeñita, me da vueltas por el alma y me va regando con la más
fresca y limpia de las aguas: la del amor.
La vida, mis querido nietos, de cada uno es como un río que con su propia
corriente camina y crece hacia el mar. No obstante, quiero legaros mi reto de
cada amanecer, las claras deducciones que en este imparable viaje se han ido
escribiendo en la blanca pancarta de mis días. Puede que tan sólo sean algo así como pequeñas olas que acaricien la
reseca piel de lo que serán vuestros largos pasos, pero me vale la pena el
esfuerzo, si logro alcanzar, al inmenso océano
que es vuestra presencia en el mundo.
La vida, mis preciosos nietos, es una página
en blanco que se nos entrega en el
instante mismo de nuestro nacimiento.
Hasta el día que somos capaces de pensar y
decidir, son los demás los que escriben en
ella, pero llega un momento, puede suceder, o que cojamos la pluma
y nos convirtamos en protagonistas, lo
cual nos será, contradictoriamente fuente de gratificación y dolor, o dejados
llevar por la comodidad, aceptemos la letras que los demás sigan imprimiéndonos
al ritmo de nuestros pasos. Esta actitud, antes o después, nos exigirá estampar
una firma de autenticidad que nos podremos ratificar con la consiguiente
frustración.
Pero también la vida es un cúmulo de conveniencias: yo te doy; tú me das.
En la vida todo se puede vender, cambiar o comprar.
Pero la mayor tranquilidad de conciencia os
vendrá dada por el riesgo corrido en servir, en regalar, en amar sin
precio.
No importa que nuestro nombre quede fuera de
esas inútiles urnas que sirven al poderoso para recontar y regodearse con la
fidelidad de sus incondicionales satélites y otorgarles la recompensa que
ansían: ser considerados, tenidos en cuenta…
Pero esas
urnas sólo son un cajón de mentiras; mejor no estar en ellas.
Finalmente os digo: la vida es un camino por
recorrer. En él encontraréis de todo, pero jamás caigáis en la tentación de
inmovilizaros en punto alguno por blanco
o negro que sea.
Continuad siempre hacia delante sin mirar para
atrás porque una luz que se apaga no volverá
a lucir por mucho que nos duela. Podemos, eso sí, guiados por su rastro,
colgar una nueva en el horizonte de nuestros pasos. Y no os perdáis lo sucesivo
que siempre será sorprendente, y sobre todo no dejéis de marcar huellas que
sirvan de guía a otros caminantes.
¡Adelante, mis niños! Sois personajes de
excepción de este provisional escenario
que es la vida. Representad, con la
mayor perfección posible, vuestro papel, porque en ello encontraréis la
recompensa. Nacimos con un proyecto debajo del brazo: colaborar a que este
nuevo Día sea como un luminoso arco iris que, de extremo a extremo del
universo, luzca fecundo para todos los seres humanos.
No hay tiempo que perder. Somos criaturas en
cuyas miradas asoma el alba; somos corazón y vida por donde fluye el
maravilloso ocaso de cada atardecer.
Somos himno que entona sueños, mientras
tejemos el sutil relámpago que cruza el cielo y lo ilumina en blanca vorágine
de altura.
Somos belleza y amor.
Somos, y ahí radica el milagro, solitario
bosque de felicidad.
¡Ojala un día, pronto, ya, estéis listos para ir tomando el pulso a la
vida y grabando en el tapiz inmaculado
de los momentos, la sinfonía de
vuestras maduras realidades! Será, sin
duda, la mejor herencia que os pueda
legar, con la que podréis arribar al mar, crecido y en paz.
Y el cuco de mi reloj me da de nuevo la hora. La una en punto. Apago el
ordenador, me asomo a la terraza y, como cada noche, mi sencillo deseo que
viene a ser mi mejor oración: Que haya paz y amor en el mundo y que todos los
niños tengan felices sueños.
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