Queridos nietos y nietas: hoy, para empezar el año, la carta que hace tiempo le dediqué a Ramón. Estoy segura de que no la vais a leer hoy, pero seguro, "mañana" y, aunque la dediqué a él, es para todos. ¿Vale?
En este rincón de mi piso,
que mis amigos más íntimos conocen y llaman de las Musas, escribo a mi nieto
Ramón, que, feliz con su traje de Spiderman, que le dejó Papa Noel, y sus guantes de portero, dormirá a
estas horas y que tan solo pensar en él me conmueve de ternura y amor.
Mi querido y precioso Ramón:
¡Qué tonta fui al pensar que te podía “engañar” con la
mentirijilla de coger la luna! Siempre fuiste un niño inteligente, gracioso, cariñoso,
bueno… De ahí que con toda la lógica que sobrepasa tus cuatro años, exclamaras: ¡Pues coge la casita del cielo
que yo no quiero ir a ella!
Ahora, aquí, por cierto con la luna casi encima de mi terraza, te escribo porque llegará un día, tal vez no
demasiado lejano, que puedas entender, con la claridad que es posible, los
grandes misterios de la vida. Y el más importante, que ya a tus cuatro años, intuyes, la muerte.
Sí, vida mía,
todo lo que vive tiene un final y así hay que aceptarlo porque eso es mejor que
vivir con miedo a lo inevitable. Puede,
y eso deseo, que tengas fe, lo cual
equivaldrá a creer, o al menos a esperar, que si se termina esta vida, pasamos
a otra con un Dios del que tan solo puedo decirte que tú tendrás que descubrir.
Para nada quiero influir en tus creencias,
cuando seas adulto y Dios se te presente como una interrogante, pero tampoco
voy a dejar de contestar a lo que supuestamente me preguntarías: Abuela, ¿y tú
tienes fe? ¡Sí que la tengo! –te contestaría y contesto ahora-, aunque debes
entender que la fe no es certeza, sino eso, esperanza y dudas, por supuesto, pero las palabras del Jesús del Evangelio me llevan a esperar y a creer.
Cuando era niña, también tenía mucho miedo
a la muerte y a los muertos que en aquellos años, se podían ver en las casas,
pero, ¿sabes una cosa? Ahora, es cierto que no quiero morirme, pero le he
perdido bastante de aquel horroroso miedo que le tenía porque he intentado hacer a lo largo de mis años de vida, lo
mejor que he podido y sabido.
También el primo
Javier me habló un día de su miedo a la muerte, como todos, más o menos,
sentimos, Le dediqué una carta. Léela y todo lo que le digo a
él, te lo repito a ti, precioso.
Querido chiquitín: la vida puede ser como una gran escalada en
busca de superación o como un arrastrase por la tierra sin más ambición que
buscar, y no encontrar, bienes materiales. Si eliges el vivir buscando siempre el ascenso que conllevará caídas, sí, pero el esfuerzo de levantarte y
seguir luchando por conseguir la cima, notarás la paz y la tranquilidad de
conciencia que te permitirá vivir sin miedos a nada incluyendo la muerte.
Pero, si, por el contrario, te
dedicas a rastrear por la vida de los demás buscando riqueza, poder, gloria,
comodidad, etc. jamás sabrás del sabor de los sueños y, sobre todo, jamás
dormirás sin la sombra de la muerte acechando tu vida perdida.
Por eso, tu abuela, a pesar de
sus muchas fragilidades, caídas y equivocaciones, trató siempre de levantarse y
seguir hacia arriba y en ese esfuerzo vislumbró que de Dios, que no puedo explicarte,
porque no tengo palabras, solo he conocido su fulgor, pero te aseguro que, con
ello, me siento recompensada y puedo morir sin en paz.
Así que, ¡fuera miedos! Con una
mano cógete a la vida fuerte, y con otra, a la muerte, pero camina, levántate
cada vez que caigas y te aseguro, que poco a poco, irás descubriendo el color
de las estrellas.